Inundaciones. Culpa de quién

Para bien o para mal vivimos en una zona con clima mediterráneo. Y ello significa que, en cuanto a lluvias, o no cae una gota durante meses o llueve mucho y en poco tiempo. Esta última situación es bastante frecuente sobre todo a comienzos del otoño, cuando se dan las condiciones perfectas para que las precipitaciones alcancen registros de libro Guiness. ¿Pero, cuándo podemos decir que ha llovido mucho? Nada tan fácil como comparar registros. Así, si tenemos en cuenta que por ejemplo en San Vicente se recogen de media al cabo de un año alrededor de 450 mm y que las lluvias de los últimos días han dejado en algunas zonas de Castellón cerca de 300 mm en 24 horas y en municipios de Málaga se han sobrepasado los 350 mm en pocas horas, podemos decir que sí, que esas lluvias han sido muy intensas.

En nuestra zona mediterránea se dan en esta época todos los ingredientes que hacen falta para que se produzcan estas precipitaciones de fuerte intensidad horaria (que así se llaman) y que producen, a menudo, inundaciones. Tenemos en primer lugar la presencia de una (temida) gota fría, ahora llamada DANA o depresión atmosférica en niveles altos, de la que hay que decir que como ella nos visitan otras muchas a lo largo del año sin mayores consecuencias, lo que supone la entrada de aire muy frío en capas altas de la atmósfera. No obstante, esta DANA puede ser bastante inofensiva si no viene acompañada de sus amigotes: una baja presión en superficie cerca del estrecho de Gibraltar que impulsa vientos del este, ascendentes, húmedos y cálidos (porque el agua del Mediterráneo ahora es cuando más caliente está) y relieves montañosos cerca de la costa. Todo ello hace que ese viento húmedo y caliente ascienda con rapidez, que entre en contacto con aquel embolsamiento de aire frío en altura (gota fría), que condense rápidamente, que forme nubes de tormenta y que el agua caiga de forma brusca, sobre todo en zonas concretas del territorio.

Si estas lluvias caen en zonas despobladas no pasa nada. No sale en las noticias. Pero, si coinciden con zonas pobladas, densamente pobladas, las consecuencias pueden ser desastrosas. ¿Por qué? Porque habitualmente en materia de urbanismo y de planificación del territorio no hacemos las cosas bien. El ansia por construir y por ocupar cada vez más espacios rústicos a cualquier precio hace que asfaltemos barrancos, ramblas y riberas fluviales con zonas edificadas, con la negligente justificación de que por allí casi nunca pasa agua y si lo hace es muy poca. Por eso además ahorramos en alcantarillas y desagües, porque parece ser que no son necesarias, o canalizamos barrancos con tuberías de escasa sección a su paso por cualquier barrio de nuestras ciudades.

Ejemplos de desgracias de este tipo, lamentablemente, tenemos muchas, casi todas ellas con víctimas mortales: las inundaciones de Alicante de 1982, 1987, 1997 y 2017, cada una de ellas con registros de entre 200 y 300 mm en pocas horas, la “pantanada de Tous”, en 1982, la riada y desastre del cámping de Biescas, en Huesca, en 1996, y el histórico desbordamiento del río Turia a su paso por Valencia en octubre de 1957. Seguramente muchas de aquellas muertes fueron evitables y aquellas pérdidas de casas, enseres, vehículos, cultivos y ganado también lo hubieran sido de haber existido mayor previsión y mayor respeto por nuestro entorno natural. Previsión y especulación casan mal.

 

Juan Manuel Dávila. Departamento de Geografía e Historia.

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